La Iglesia y las crisis políticas: un diálogo nacional sobre educación puede ser más productivo

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Laurentius de Voltolina

La Iglesia y las crisis políticas: un diálogo nacional sobre educación puede ser más productivo

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La mediación de la Iglesia en la última crisis política del país parece haber tenido un impacto positivo en su resolución. La renuncia del presidente Horacio Cartes a cualquier intento de reelección, y por lo tanto a la continuidad del controvertido proyecto de enmienda constitucional, indica que hubo alguna sugerencia en ese sentido por parte de la Iglesia. El hecho de que el Arzobispo de Asunción haya sido la primera persona en recibir personalmente la renuncia escrita de Cartes parece confirmar esa conjetura. Pero a pesar de esta decisión patriótica, que evitó más tensiones y conflictos innecesarios, no se puede perder de vista que durante la crisis un importante grupo de la oposición ha estado cerrado al diálogo convocado por la Iglesia. Es decir que la división sigue latente y pronta para reaparecer apenas surja de nuevo el tema de la reelección, aunque sea propuesta a través de una reforma constitucional. En ese sentido, la función mediadora de la Iglesia siempre será muy importante. Pero haciendo un balance general, cabe preguntarse si no sería mejor que esta ocupase su tiempo y energía en acciones más productivas y efectivas a largo plazo, como la de proponer un diálogo nacional sobre la educación.

No hay duda de que una crisis política puntual, como la que tuvimos hace unas semanas en nuestro país, requiere de algún tipo de acción inmediata. Sin embargo, si se quiere un cambio más profundo, no hay otro camino que emprender un largo y serio proceso educativo para afrontar la crisis de la persona. En efecto, algunas actitudes antiéticas que se han visto en las últimas semanas de enfrentamientos políticos, como, por ejemplo, la de no reconocer al otro como interlocutor válido, la de burlar al otro con tretas para aprobar ciertos proyectos legislativos o la de ejercer la violencia como forma de represión o de protesta, denotan la necesidad de una propuesta educativa verdadera que apunte a colocar de vuelta a la persona en su posición ética original, aquella que permite el encuentro con el otro a partir del reconocimiento de una unidad fundamental: el anhelo y la búsqueda de la felicidad, en este caso en un espacio compartido que es la patria común. Por eso, la primera reforma o la enmienda de la que habría que hablar en tiempos de crisis políticas y sociales es en realidad la del paradigma educativo que predomina tanto en la sociedad como en el sistema educativo formal. Por lo tanto, como ya se ha planteado antes, es pertinente preguntarse si no es hora de que la Iglesia convoque a la sociedad civil para un gran diálogo sobre la educación, en vez de perder el tiempo intentando estérilmente un acercamiento entre referentes político-partidarios que no se quieren escuchar y que tampoco tienen interés en escuchar al pueblo que los eligió.

Participación amplia frente a la crisis del pensamiento único y a la división

La Iglesia paraguaya tiene en su historial la experiencia de un gran Diálogo Nacional en la década del 80. En esa época, el país se encontraba en una peligrosa encrucijada debido a las fisuras que estaban resquebrajando la unidad granítica entre el Gobierno-Partido Colorado-Fuerzas Armadas. A ello se sumaba un nuevo orden mundial diseñado por los Estados Unidos, en el cual sólo cabían regímenes democráticos y respetuosos de los derechos humanos. Esto privó al régimen de Stroessner de los dos elementos claves que sustentaron su unidad granítica por décadas: los créditos externos para las grandes obras y la legitimación de los medios represivos dentro del marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional. La consecuencia fue una grave crisis económica, social y política, que a la vez dio pie a una creciente inquietud ciudadana deseosa de manifestar su preocupación por el futuro de la patria.

En ese contexto, el Diálogo Nacional fue providencial porque los canales normales de participación ciudadana, que son los partidos políticos, no ejercían esa finalidad principal, ya sea por servilismo, por divisiones internas o simplemente por estar proscritos por el gobierno. Ante una coyuntura en la que se temía lo peor, es decir, un probable recrudecimiento de la represión gubernamental y una reacción violenta por parte de ciertos sectores de la oposición, fue algo natural que muchos sectores de opinión pidieran la mediación de la Iglesia. A fin de cuentas, la Iglesia era la única institución con una autoridad moral capaz de aglutinar a la sociedad civil y por lo menos tenía el respeto formal, aunque a regañadientes, de un gobierno que se declaraba oficialmente católico. Fue así que la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) aceptó, en 1986, el papel de convocar a un gran Diálogo Nacional con el deseo de (…) secundar toda iniciativa que facilite la unidad nacional y la participación de todos los ciudadanos en la consecución del bien común.

En líneas generales, el Diálogo Nacional abrió un espacio efectivo de participación, aunque su traducción en resultados concretos es debatible. Pero nadie puede negar que fue una experiencia inédita en la que amplios sectores de la sociedad paraguaya se sentaron a discutir para buscar y proponer soluciones a los muchos problemas del país. En ese sentido, tal vez el logro más importante fue haber arribado a un consenso sobre la necesidad de reconstruir el tejido social de la nación deteriorado por la sistemática deformación de la conciencia moral (CEP, La Iglesia exhorta, carta del 6 de enero de 1988, 8), algo sobre la cual el gobierno y sus seguidores no estaban en absoluto de acuerdo, por razones obvias.

En la raíz de todas las crisis siempre subyace una crisis de la persona

Es interesante notar que los obispos del Paraguay desde el principio identificaron el origen de la crisis política y social de los 80 en la incapacidad educativa de transferir los valores tradicionales de la sociedad paraguaya, tales como la solidaridad, la austeridad y el respeto a los valores familiares, al nuevo contexto social creado por el llamado boom de Itaipú. En efecto, las deficiencias de la propuesta educativa, incluida la ofrecida por la Iglesia, encontraron al hombre paraguayo desarmado ante los grandes cambios de todo tipo que acontecieron como consecuencia de la prosperidad económica originada por la construcción de la represa hidroeléctrica. En la carta pastoral El saneamiento moral de la nación (1979), los obispos ya señalaban este encandilamiento por los ídolos de la riqueza, el placer y el poder como una de las causas de la rápida descristianización de una buena parte de la sociedad paraguaya. Esta situación desembocó en la ausencia de criterios rectos de conducta y, por lo tanto, en el predominio del deseo de la ganancia fácil y rápida, de los instintos desordenados, del consumo desenfrenado y el abuso escandaloso del poder para sustentar privilegios y ganancias particulares a costa del bien común.

Nuestra democracia y nuestra sociedad actual ¿un caso de vinos viejos en odres nuevos?

Cualquiera que haya vivido la dictadura de Stroessner desde la otra vereda sabe que el Paraguay actual es un país es muy diferente al de entonces, por lo menos en el campo político. No hay impedimentos para las reuniones públicas o para las protestas, y al menos formalmente la democracia funciona sin partidos proscritos, con elecciones libres casi permanentes y transmisiones pacíficas del mando presidencial, inclusive después de situaciones traumáticas como la renuncia de dos presidentes como resultado de sendos juicios políticos. Sin embargo, persiste el vicio de la clase política de anteponer sus intereses sectarios o particulares al bien común. En este afán maquiavélico no escatiman en traicionar sus promesas electorales, en desobedecer los lineamientos ideológicos de sus partidos o en exacerbar las pasiones para provocar divisiones y enfrentamientos sociales convenientes para sus proyectos políticos. Ni hablar sobre rendir cuentas a su electorado. La lista sábana blinda totalmente a los políticos que no dependen del juicio del elector sino de su habilidad de estar prendido a la élite de su partido, sea este el de los tirios o el de los troyanos.

A nivel de la sociedad y de la conducta personal del ciudadano también se puede percibir ciertas similitudes, aunque con distintas variantes. Muchos de los ejemplos que los obispos señalaban como consecuencias de la deformación de la conciencia moral, tales como la corrupción, la impunidad, el consumismo y el hedonismo desenfrenado, la disgregación de la familia, y la negligencia en la educación de los hijos, etc., lastimosamente no forman parte del pasado, ni tampoco las causas que las originan, entre ellas la falencia educativa. Por eso la idea de un diálogo nacional sobre educación no es una idea descabellada, y puede ser una oportunidad para que las familias y todos los interesados en el bien común puedan proponer sus ideas sobre un tema decisivo que atañe no solo al presente sino también al futuro de la patria.

Ante la crisis, “educación, educación, educación” pero la verdadera

En síntesis, es importante entender que las negociaciones y acuerdos políticos no son suficientes para resolver a fondo las crisis sociales y políticas, porque estas no son más que evidencias de otro problema mucho más profundo: la crisis de la persona. Por eso, sin dejar de buscar una solución a corto plazo a la problemática política, también hay que proponer un trabajo serio para buscar y proponer una educación verdadera. Aquella que propone al niño, al adolescente, al hombre, una exploración a fondo de sus exigencias de plenitud personal y social. Por eso, además del diálogo político, es esencial dialogar también sobre la educación. Nadie duda de que educar es una tarea compleja, sin plazos establecidos. Al fin y al cabo, la educación verdadera siempre implica una propuesta a una persona libre que puede responder o no según el atractivo de la propuesta y según los tiempos y ritmos de su propia historia personal. Por eso lo más importante es empezar con el primer paso, aun sabiendo que probablemente la propuesta puede llegar tarde para la generación actual. Pero es un riesgo que vale la pena tomar por las nuevas generaciones, por los jóvenes. Al final, es a través de ellos que se reconstruye la sociedad (Giussani, Luigi, Educar es un riesgo, Madrid: Encuentro, 2006, 15), pero a condición de que se les eduque verdaderamente como nos recordaba el gran educador Luigi Giussani. En ese sentido, las familias, como primeras responsables de la educación de los hijos, podrían ser esta vez el sector de la sociedad que pida a la Iglesia que organice y convoque a un gran diálogo nacional sobre la educación. En Paraguay hasta ahora todavía no existe otra institución que conozca tan bien el potencial del hombre paraguayo y su cultura, un pueblo que vive problemas y preocupaciones, trabaja y tiene esperanza, sufre y se alegra, a veces se desilusiona y siempre confía encontrar en su Iglesia la comprensión y ayuda que necesita.

Publicado por

Prof. Vicente Cardozo

Université de Saint-Boniface, Winnipeg

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