Lecciones políticas de las interminables elecciones estadounidenses

Lecciones políticas de las interminables elecciones estadounidenses

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Finalmente, el Colegio Electoral de los Estados Unidos ha certificado a Joe Biden como el ganador de las elecciones del pasado 3 de noviembre.

La Corte Suprema de Justicia ha cerrado la última vía legal al esfuerzo del Presidente Trump por anular los resultados en ciertos estados bajo el argumento de que hubo fraudes masivos. algo que no pudo ser comprobado después de 50 demandas judiciales. Fuera de ese polémico y largo proceso de certificación, todo el proceso electoral de los Estados Unidos siempre ofrece una oportunidad para extraer algunas conclusiones sobre la actividad política en general y su impacto en el individuo concreto.

Una primera constatación es cuán importante es manejar el factor emocional cuando se trata de lidiar con la política. Esto no es nada nuevo. Desde siempre las propagandas políticas han mezclado la promoción de sus planes de gobierno con la apelación a sentimientos y necesidades básicas como los deseos de mejorar o mantener el estilo de vida, la defensa de convicciones personales, o directamente han recurrido al panfleto para atacar al contrario y así agitar los temores, la indignación, el nacionalismo y la lealtad de las bases partidarias. Lo nuevo en las campañas electorales actuales es el contínuo crecimiento de los mensajes panfletarios por encima de los debates sobre las propuestas de gobierno. Y cuando esos ataques se vuelven personales, todo se vuelve más apasionado, con la consecuente pérdida de perspectiva sobre una actividad que originalmente busca el bien común, y no el progreso de sólo una parte de la sociedad.

Una segunda constatación es la necesidad de tener una postura más crítica con respecto a lo que circula por las plataformas sociales. No se trata aquí de censurar nada sino simplemente de hacer una rápida indagación sobre su objetivo, su origen. Y si hay tiempo, algo que escasea en la ajetreada vida moderna, ir a las fuentes para verificar lo que se publica. Es la mejor manera de no caer en la trampa emocional que mencionábamos en el párrafo anterior. Sin duda, las redes sociales son muy invasivas. Y con esa omnipresencia son vehículos muy eficientes para multiplicar todo tipo de mensajes. Además, su carácter casi anárquico – casi sin filtros – las vuelve muy atractivas para ser canales de “información alternativa”, un eufemismo para indicar que no se puede rastrear las fuentes o que son mezcla de algunos elementos reales con las famosas teorías de conspiración. En todo caso prosperan a ritmo exponencial, probablemente porque los medios tradicionales de comunicación han perdido mucho prestigio debido a la sospecha – sin razón o no – de que manipulan la información para favorecer los intereses de los poderosos que los patrocinan. Como resultado, se da la paradoja de que para mucha gente las informaciones basadas en rumores son más creíbles que las que publica la prensa tradicional. Curiosa época la nuestra... crece la incredulidad con respecto a las cosas que históricamente han ayudado a crecer a la humanidad, pero después se cree en cualquier teoría descabellada. Eso no puede tener una consecuencia positiva a largo plazo, tal como vimos durante las elecciones en los Estados Unidos.

Como se comprobó durante los comicios de los Estados Unidos, la multiplicación de mensajes directamente falsos o insultantes han ahondado las divisiones. Es cierto que entre ambos partidos hay algunas diferencias insalvables porque se trata de principios innegociables. Al mismo tiempo, también tienen muchas áreas donde pueden encontrar campos comunes de colaboración. Al final el país es uno sólo y su progreso depende de la colaboración de todos. El agresivo intercambio de insultos, agresiones y hasta humillaciones durante la campaña electoral no facilitan una rápida reconciliación y restauración de la confianza mutua. Más aún si se considera que las redes sociales también contribuyeron a exagerar las posibles consecuencias poselectorales. Los mensajes alarmistas contribuyeron sobremanera a crear un clima de miedo y ansiedad. Las supuestas consecuencias cuasi-apocalíticas de la eventual victoria del oponente convirtieron al candidato favorito en un auténtico mesías, y en un demonio a su contendiente. Los propios candidatos, Trump y Biden, se unieron a esa atmósfera previa al Armagedón con eslóganes hiperbólicos tales como estas son las elecciones más importantes de toda la historia de los Estados Unidos o esta es una batalla por el alma de los Estados Unidos. Como se ve, hay mucho barullo, mucha pasión. y mucha exageración durante los grandes momentos de decisión política, como son las elecciones.

De ahí surge la tercera y más importante constatación. Reclamar la libertad, la independencia, en un ambiente tan agitado y convulso como el que se vio en las elecciones estadounidenses, es solo posible si uno pone la dimensión sentimental en su justo lugar con la ayuda de la razón. Para ello, hay algunas medidas prácticas que podemos tomar. La primera es aceptar que la macro política, y mucho menos la partidaria, no va a resolver nunca todos nuestros problemas ni las necesidades más profundas de nuestra vida. Toda la historia política de la humanidad es una constante sucesión de utopías que prometen resolver el fracaso, las frustraciones y desilusiones que deja la anterior. Aquí no estoy abogando por un escape apolítico. La actividad política y el servicio público son vocaciones importantísimas para el funcionamiento de cualquier sociedad. El que tiene esa vocación debe involucrarse en ella, pero teniendo el cuidado de entrar en ella con un grupo de aliados confiables y con la convicción humilde de que los resultados siempre serán provisionales. Lo mismo se puede decir de la participación cívica. Cuando hay elecciones hay que tomar postura, por más que quede solamente la opción de votar por el famoso mal menor. Y eso es legítimo. Lo que no es legítimo es la complacencia cívica, el cerrar los ojos, ante los otros males que tiene ese candidato y convertirlo en un mesías con cheque en blanco.

Entonces ¿existe una hipótesis de trabajo que permita encontrar una posición política justa, libre del barrullo y los excesos emocionales de la política partidaria? ¿es posible superar la indignación, el escepticismo, la frustración y las falsas ilusiones que circulan sobre la actividad política y sustituirlas con un sentido de apertura positivo y realista hacia el pasado, el presente y el futuro de mi sociedad? ¿Es posible una posición política que, teniendo en cuenta mis convicciones personales, también me deje libre de encontrar a la persona que está bajo el rótulo de enemigo? Si partimos desde las ideologías partidarias, eso es complicado. (Aunque se han visto los más increíbles pactos entre políticos, generalmente solo para repartirse cargos públicos.) Tampoco el deseo bien intencionado de hacer algo por la sociedad es suficiente si no nace de la raíz misma, que no es otra cosa que el sujeto mismo actuando e interactuando seriamente, en primera persona, en y con el entorno inmediato que le rodea: la familia, el trabajo, el estudio, el trabajo, las relaciones amistosas, el compromiso con las asociaciones u organizaciones en las que participamos. Es en esas situaciones, en esos momentos concretos, donde se puede observar de qué material está hecha una persona, cuál es el factor profundo que puede unir a sujetos que piensan distinto de mí, cuál es la fuerza que objetivamente puede ayudar a comenzar de nuevo cuando los intentos de mejorar la sociedad fracasan. En fin, se trata de ir al origen mismo de donde surgen los cambios verdaderos, tal como lo testimonia la historia de muchos hombres que tomaron en serio su humanidad en los siglos que nos precedieron. Y es algo que continúa y es posible encontrar. Sólo basta investigar, mirar y aprender con sencillez de las personas y grupos que en el presente siguen cambiando el mundo con la novedad de una solidaridad que permite incluso abrazar al enemigo. Es que el cambio del mundo no se alcanza en primer lugar imaginando utopías políticas, sino obedeciendo a lo que busca nuestra razón y nuestros sentimientos. Es que, como decían los amigos del Meeting de Rímini, las fuerzas que mueven la historia son las mismas que hacen feliz al hombre.

Publicado por

Vicente Cardozo

Instructor de español en la Université de Saint-Boniface. Asistente de investigación en Lingüística en la University of Manitoba.