Quien en el mundo secular fuera conocida como María Felicia Guggiari Echeverría, fue una mujer de una notable sensibilidad humana, que vivió una vida plena y potenciada, gracias a la maternidad inteligente de la Iglesia Católica, que la acompañó según su personalidad.
De carácter decidido, firme, pero a la vez llena de dulzura femenina, Chiquitunga ejerció un liderazgo positivo en todos los ambientes que frecuentó.
Tenía una inteligencia aguda y concentrada, que prodigaba bienestar, certeza y buen ánimo. Educada y amada en una familia numerosa, respondió poderosamente al amor de un Jesús amante, de un Jesús que la amó primero. El encuentro con Jesús Eucaristía fue el que le consumió el corazón y la razón, volviéndola, de forma voluntaria, mendiga para siempre de su Amor.
Mujer de carne y hueso, fortalecida en la Eucaristía , atravesó la dureza cotidiana, el fastidio corriente y el dolor, como cada uno de nosotros.
Dios no le evitó ninguna molestia. Dios le purificó todos los deseos del corazón, para que pudiera crecer en estatura humana. María Felicia fue una mujer realista, llena de episodios comunes, atareada en los quehaceres cotidianos, pero todo esto vivido como ofrecimiento a Dios. Reconocía que era frágil, que era débil y pedía de forma permanente que Jesús le sostuviese. Toda su fuerza era Jesús. Vivió el amor humano con dignidad pero padeció los dolores afectivos punzantes y desgarradores de tantas mujeres contemporáneas. El dolor la acompañó, pero no la destruyó ni la frustró. Su amor hacia un hombre de carne y hueso dilató las fibras íntimas de su estructura humana y le hizo conocer, con profundidad, la fuente única del gran amor: Jesús.
Ella ingresó al claustro por un solo deseo: Jesús; por un inconmensurable ardor de infinito; por una radicalidad que le quemaba las entrañas: Jesús.
Chiquitunga, una mujer contemporánea; una Santa gestada en la vida cotidiana. Una historia de amor a Cristo.
Agregar un comentario