El pasado 11 de julio se celebró el día de San Benito Abad, patrono de Europa y creador del monacatocatólico como lo conocemos hoy. Hay una buena razón para que sea el patrono de Europa: este hombre fue el origen de un movimiento cultural tan excepcional que permitió la reconstrucción de Europa luego de la catástrofe apocalíptica que significó la caída del Imperio Romano a finales del siglo V.
Este gran movimiento cultural de Benito se dio en un lugar impensado, dentro de los monasterios, cosa muy extraña para nosotros ¿¡Cómo puede ser así de revolucionario un monasterio lleno de monjes que viven encerrados y rezando!? Inconcebible para el arrogante mundo culto y tecnológico de nuestros días, pero la verdad es la verdad, así sucedió.
Hay una cita de San Jerónimo, testigo del comienzo del fin para el Imperio a principios del siglo V, donde explica la debacle dramática de Roma con una frase imperdible:
Ha caído el principio de unificación del mundo, estamos destruidos.
Ese principio de unificación del mundo era el Imperio, un mega estado que contenía y regulaba todo, desde la economía hasta la lengua y la religión. Esto era lo que había desaparecido ¿Se imaginan la inseguridad de la gente, la confusión, la destrucción, la crisis? Pues les aseguro que es peor de lo que imaginan. Ahí aparece Benito pidiéndole a sus monjes un voto de estabilidad, es decir, que no se muevan del monasterio, que permanezcan ahí para siempre. Y esa estabilidad era lo que se necesitaba. De ahí partió una historia de reconstrucción que unifico a los pueblos, que construyó nuevos caminos y una nueva civilización.
¿Tenemos hoy un principio de unificación? Creo que la mayoría diría que la democracia o el capitalismo, pero esas cosas están muy cuestionadas hoy en día y sus alternativas no han funcionado. Nadie se está juntando alrededor de los países socialistas o dictatoriales. Los organismos internacionales también parecen estar en crisis en medio de la peor situación sanitaria y económica desde las guerras mundiales. Organismos como la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Europea y la Organizacion Mundial de la Salud no solo parecen impotentes frente a la realidad, sino que sus miembros se cuestionan seriamente si deberían seguir invirtiendo en ellos. Acá en Sudmérica, organizaciones que han funcionado, como el MERCOSUR, hoy parecen debilitadas. En la pasada cumbre virtual del MERCOSUR se hizo evidente el desacuerdo reinante entre Brasil y Argentina. Mientras los medios estaban más atentos a si Jair Bolsonaro y Alberto Fernández se atacaban o no se atacaban, pasaba a segundo plano la discusión más grave, la duda razonable de si los tratados de comercio y unidad regional realmente son válidos y efectivos hoy en día, porque la tendencia mundial es volver al proteccionismo nacionalista y no juntarse con nadie, en la línea de Donald Trump y Xi Jinping.
Sería muy osado pretender que en algún punto de estos últimos siglos tuvimos una unidad como la que tenían los romanos, pero tenemos que tener mucho cuidado con dejar de buscarla, porque esa es la lección que nos dejó San Benito. Sin esa unidad, sin un punto firme entre las olas del mar, no se podrá reconstruir nada. Y en esto la humanidad debe estar de acuerdo; cuando pase la pandemia será necesaria una reconstrucción. Ya la realidad es otra, este no es el mismo mundo de 2019, y si queremos aprovecharlo y salir con las botas puestas, hay que encontrar un nuevo principio de unificación que sea nuestro punto de partida. Pero creo que ya no lo encontraremos entre los grandes liderazgos, sino que se dará como con San Benito, entre la gente corriente, entre los ciudadanos, que buscan juntarse entre ellos para subsistir y crecer mientras las grandes potencias se separan. La nueva unidad nacerá de los amigos que se hacen socios, de los que ayudan a otros a encontrar nuevos trabajos, de los que tienen ideas y se consiguen a un grupo de vecinos que les apoyen.
Porque la historia no nos engaña. Así lo hemos hecho desde hace siglos, desde las tribus judías que siendo pequeñas se unieron para prosperar, desde los zapateros que se juntaban en gremios en la edad media, hasta la post guerra en Europa, donde en los pueblitos rurales se organizaron para hacer granjas comunitarias que subsisten hasta hoy en día. La fe, la esperanza y la caridad siguen presentes entre la gente común, si bien es verdad que no la vemos tanto entre los políticos, los poderosos y los grandes consorcios económicos. Pero la pandemia, si la aprovechamos bien, sacará a flote el deseo de unidad, de crecimiento y estabilidad del ser humano, deseos que nada puede, ni podrá nunca, destruir, gracias a Dios.