Caía la tarde. El crepúsculo se avecinaba con su cuerpo trigueño. Aún nadie sabía si tendía a ser blanco o si podía ser negro. Y la hora iba transcurriendo lentamente, aunque la oscuridad iba vertiginosamente opacando la faz de mi tierra. La luz parece esconderse no solo del espacio-tiempo y de los baches-tatuajes que destrozan las calles de la ciudad, sino también del corazón y de la mente de quienes se consideran equivocadamente los únicos faros, capaces de iluminar los caminos de la vida nacional. Sin embargo, la oscuridad brillaba por todas las calles.
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